Juana divide su vida en dos etapas. El infierno y el cielo. La oscuridad y la claridad. Sus 22 años de sometimiento y sus 10 años de libertad. Pero aún quedan resabios del calvario. “Hoy tengo miedo de que me mate. Pero moriré con valentía. Con la satisfacción de haber tomado la mejor decisión de mi vida: separarme de un golpeador”, aseguró la mujer.
Juana se casó muy joven, con la ilusión de toda mujer: “para toda la vida”. Pero no fue así. “Durante 22 años me pegó y me maltrató. Empezó con insultos, cachetadas y empujones. Con el correr del tiempo fueron más reiterados y graves”, contó.
En ese tiempo pensaba: “era el jefe de la casa y había que hacerle caso. Los golpes iban a pasar”. Pero eso no pasaba. “Cuando se emborrachaba las agresiones se potenciaban pero también tenía una personalidad muy avasallante y fuerte”, sostuvo Juana.
Las relaciones contenidas de amor dieron paso a las exigencias de sexo. “En cierta forma también me violaba. No quería tener relaciones pero luego de golpearme me ordenaba que fuéramos a la cama”, recordó.
Juana tiene cuatro hijos, que también sufrieron a la par de su madre la violencia del padre. “Cuando comenzaban las peleas mis hijos corrían despavoridos y temerosos cada uno a su habitación. Cómo escapándose”, recordó.
Las agresiones que Juana soportó de su marido no tenían motivos ni horarios. “El inicio de una pelea podía ser lo más insólito, como que un vaso no esté en su lugar”, indicó la mujer.
Esos años de padecimiento llegaron a su fin, precisamente por las acciones de sus hijos, cuando ya fueron adolescentes. “Una de las tantas veces que mi esposo me estaba pegando, mi hijo mayor, que ya tenía 20 años, intentó tomar un arma que había en la casa y salir en mi defensa”, señaló. “Ahí hice click porque no sólo me iba a matar a mí sino también a mis hijos”, reflexionó.
Juana pasó la barrera de los 50 y en todo momento agradece la fuerza que le dieron sus hijos para separarse. “Ellos me dijeron basta también”, afirmó. Ya pasaron 10 años desde esa decisión de vida. “La separación fue muy traumática, estaba muerta de miedo. El me siguió amenazando de muerte, aún separados”, aseguró.
Los primeros tres meses de haberse distanciado, Juana los recordó como “traumáticos”. Se refugió con sus hijos en la casa de sus padres. Luego la Justicia ordenó la restitución al hogar de la mujer y los menores. “No salía a ningún lado por temor a encontrarlo”.
A pesar de todo el camino recorrido, Juana reflexionó: “fracasé muchas veces en intentar cambiarlo, pero no fracasé en la decisión de separarme”. La mujer retomó su vida y estudió. “Me recibí de técnica en Psicología Social. Lo logré por el apoyo de mis hijos”, agradeció.
Aún así, hoy su esposo ejerce algún tipo de violencia sobre ella, aunque ya no es física. “No me pasa lo que corresponde de cuota alimenticia. Además siempre me responsabiliza de haber destruido la familia”, acotó.
Las huellas marcadas en su corazón la impulsan a dar un consejo: “las mujeres golpeadas deben saber que hay una vida después del infierno”.